Fernando Alonso.

Hoy ha empezado el Mundial de Formula-1 con el Gran Premio de Bahrein, y Fernando Alonso ha comenzado el igual que terminó el año pasado, ganando y enamorando a los aficionados. Ha terminado primero por delante de Schumacher y de Raikkonen.

Sin embargo este no es un post en el que confiese mi admiración por Alonso y caiga rendido a sus pies. Sin quitar ni un gramo de mérito a su impresionante carrera deportiva, meteórica en los últimos años, más bien debo confesar que no me cae muy bien. Sus declaraciones y su actitud en muchas ocasiones me parecen arrogantes y pretenciosas. No me cae simpático. La seguridad en uno mismo, sin una saludable humildad, se convierte en prepotencia y, en muchos casos, en chuleria. Y a mi normalmente no me gusta la gente chula o prepotente.

Ser un gran campeón (y no hay duda de que Alonso lo es) no te convierte automáticamente en alguien superior, autosuficiente y sobrado la vida. El rollito de que ha llegado hasta donde está solo y sin ayuda de nadie, o sus declaraciones sobre que es el mejor y tal y cual, dan la sensación de que todo su éxito le ha venido muy deprisa, sin tiempo para asimilarlo y procesarlo como es debido, por lo que se le ha subido a la cabeza.

Y si alguien se pregunta cómo debería ser un gran campeón en cuanto a la actitud frente a sus éxitos y sus triunfos deportivos, no tiene más que fijarse en cómo era otro de nuestros mayores campeones, el galáctico Miguel Induráin, probablemente el mejor deportista que hemos tenido en nuestro país. Humildad, trabajo, constancia y clase, mucha clase. Definitivamente, un buen espejo en el que mirarse.