Historia de una bufanda triste.
Hace unos 12 años, sobre el 94 o así, un amigo de mi prima madrileña me compró por 1000 pelas en una tienda oficial del Real Madrid al lado del mismísimo Santiago Bernabéu una bufanda del equipo. No es la de la foto (no he encontrado una foto que sea igual), pero si parecida, es azul y blanca y puede leerse "Desde lo más profundo del corazón un solo grito, para siempre Real Madrid".
En sus primeros tiempos me ponía la bufanda para ver los partidos, incluso hubo un tiempo que la colgé de la pared de la habitación. Pero me dí cuenta que cuando sacaba la bufanda para ver el partido solía perder. La superstición y el pensamiento mágico suelen ser la mayor parte de la veces irracionales, pero llegó un punto, pese a lo irracional que podía ser la cuestión, en el que dudaba de si sacar o no la bufanda. Así que cambié la estrategia, y veía los partidos sin nada y entonces, si ganaba la sacaba, y si era un partido importante la colgaba durante algunos días de la pared.
Unos años después (no recuerdo exactamente cuando, aunque creo que para la final de la Copa de Europa del 98) se unió a mi ya no tan nueva bufanda una bandera que compró mi hermano, bastante grande, que por estas cosas de la vida acabó con un ritual similar al de la bufanda de ver la luz cuando el Madrid ganaba. En este caso su destino era el balcón de mi casa donde relucía al sol y hondeaba orgullosa.
Pero volvamos a la bufanda. Durante muchos años fue una bufanda más o menos feliz. Vivió la Séptima, digan lo que digan el mayor delirio madridista que se ha visto nunca, la Octava y la Novena, varias Ligas, Copas Intercontinentales, Supercopas de Europa y de España... era, como digo, una bufanda orgullosa de sus colores azul y blanco.
Pero desde hace ya tres años es una bufanda triste. Necesita, como la mayoría de nosotros, de la luz para ser feliz. Y la condición para que vea la luz es que el equipo cuyo escudo representa consiga triunfos. Está en su armario, a oscuras, esperando pacientemente junto a la bandera su oportunidad para relucir con honor ante el público, esperando a que pasen los años oscuros de galaxias de cartón piedra, de jugadores en el ocaso de su carrera, de entrenadores circunstanciales o incompetentes y de presidentes ávidos de márketing que son los primeros en abandonar el barco cuando este se hunde. Deseosa de poder recuperar aquella ilusión con la que reflejaba el triunfo y las glorias de no hace tanto tiempo.
Es, como digo, una bufanda triste que espera, como todos, mejores tiempos.
En sus primeros tiempos me ponía la bufanda para ver los partidos, incluso hubo un tiempo que la colgé de la pared de la habitación. Pero me dí cuenta que cuando sacaba la bufanda para ver el partido solía perder. La superstición y el pensamiento mágico suelen ser la mayor parte de la veces irracionales, pero llegó un punto, pese a lo irracional que podía ser la cuestión, en el que dudaba de si sacar o no la bufanda. Así que cambié la estrategia, y veía los partidos sin nada y entonces, si ganaba la sacaba, y si era un partido importante la colgaba durante algunos días de la pared.
Unos años después (no recuerdo exactamente cuando, aunque creo que para la final de la Copa de Europa del 98) se unió a mi ya no tan nueva bufanda una bandera que compró mi hermano, bastante grande, que por estas cosas de la vida acabó con un ritual similar al de la bufanda de ver la luz cuando el Madrid ganaba. En este caso su destino era el balcón de mi casa donde relucía al sol y hondeaba orgullosa.
Pero volvamos a la bufanda. Durante muchos años fue una bufanda más o menos feliz. Vivió la Séptima, digan lo que digan el mayor delirio madridista que se ha visto nunca, la Octava y la Novena, varias Ligas, Copas Intercontinentales, Supercopas de Europa y de España... era, como digo, una bufanda orgullosa de sus colores azul y blanco.
Pero desde hace ya tres años es una bufanda triste. Necesita, como la mayoría de nosotros, de la luz para ser feliz. Y la condición para que vea la luz es que el equipo cuyo escudo representa consiga triunfos. Está en su armario, a oscuras, esperando pacientemente junto a la bandera su oportunidad para relucir con honor ante el público, esperando a que pasen los años oscuros de galaxias de cartón piedra, de jugadores en el ocaso de su carrera, de entrenadores circunstanciales o incompetentes y de presidentes ávidos de márketing que son los primeros en abandonar el barco cuando este se hunde. Deseosa de poder recuperar aquella ilusión con la que reflejaba el triunfo y las glorias de no hace tanto tiempo.
Es, como digo, una bufanda triste que espera, como todos, mejores tiempos.
Etiquetas: Deportes
1 comentarios:
A las 2:11 a. m. , Anónimo ha dicho...
Snif, snif... mi bandera está jodida tb. Mierda de Madrid, macho.
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